lunes, 30 de mayo de 2011

Final alternativo de "Mariana y el Dragón" de Arturo Flores

Por Lulú:
Frakal entonces agradeció el otro dragón, pero se quedó como un poco triste por la persona a la que había dejado en el desastre, así que expuso su sentimiento y los dos dragones regresaron al lugar de los hechos. Ya en la ambulancia, viéndose paresa del destino y de que todo le sucediera, oye un gran aleteo alrededor, y entonces piensa que no fue tan negativo que el radio se descompusiera, ya que así puedo oír todo el alboroto, se dio cuenta de que los dragones ya recuperados regresaran por él para preguntarle si quería irse con ellos, para que el finalmente olvidará a Mariana, él contesto que sí.

Por Mario:
Así descendió el dragón morado y sobre su hombro cargó a Fraktal quién en el gemido interminable seguía distintas formas expresando su desazón. Pude ver que el policía trataba de detener a una mujer quién se había hecho paso entre la ya cuantiosa multitud…era Mariana quién con rabia en sus ojos soltó sus muñecas de las manos del policía y se paró con piernas temblorosas ante mí. Se arrodilló me susurró al oído, en el idioma del dragón una frase que a una semana de convalecer en el hospital sigo sin entender.

Por Alejandra:
Baja el dragón morado y molesto le dice al rosa: “Tú nomás no aprendes, cero y van tres con ésta, conmigo ya no cuentas, ahora hasta provocaste un accidente; pobre hombre, mira como quedó todo destrozado, mal herido, ¡abierto!, pero qué te has pensado, ni Merlina ni la fama ameritan tanto desastre”. Y el rosa le responde: “Pero Merlina, no quiere verme pensé que esta sería una buena manera de que supiera de mí, aunque fuera por las noticias de la televisión, ¿ah, eso te parece? perfecto, te quedas aquí en la tierra a ver qué noticia impacta más a Merlina, si la de tu accidente o la de tu encierro en la cárcel por provocar tantos incendios, a este pobre hombre me lo llevo al cielo y tú…tú aquí te queda”, dijo el morado. En ese momento el gran dragón me echó a sus espaldas y volamos hacia el cielo, donde de pronto Mariana dejo de doler y Elvis…Elvis se escuchaba cada vez más cerca.

Por Gustavo:
Merlina hace su aparición en el lugar de un accidente y en unas nubes de humo blanco producto de la melancolía del dragón rosa, rescata todo mis recuerdos de los momentos felices que pase en magia, con quién sufrí en agonía.

Pd:Si desea leer el cuento original, enviar un correo a clubvillaldellibro@gmail.com

lunes, 9 de mayo de 2011

Cuento estilo Cádaver Exquisito

Del tiburón ballena, sólo había visto un par de fotografías que, ahora entiendo, no resultaron más que el mero preámbulo de una experiencia extraordinaria para todos los sentidos. Estaba ansioso y sentía la sal en los labios, agarrado de uno de los resbalosos tubos que sostenían el toldo de esa veloz embarcación. Finalmente llegamos al lugar y el primer encuentro fue simplemente grandioso, la inmensidad del mar, el temor a lo desconocido, la respiración irregular parecían atropellarse para dejarme atónito en aquel instante.
Veloz, veloz, veloz. Me encanta cruzar los mares a gran velocidad. Mientras salo y doy volteretas en el aire, pienso en algunos vecinos, en lo triste y aburrido que sus vidas deben ser siempre allá abajo, perdiéndose de tanto colores, olores, sensaciones y paisaje. Los de afuera quieren estar adentro y cuando lo logran quedan extasiados. Los de adentro sueñan con poder estar afuera aunque fuera un segundo. Suerte la mía que estando dentro puedo estar afuera y disfrutar de ambos mundos.
Y entonces la pantera salto al charco de agua, para darse su diario baño matinal, con lo que no contaba es que la tarde anterior había pasado por ahí un grupo de elefantes que también tenían ganas de bañarse, así que al sentir el agua en su pelaje, en vez de salir limpio y oloroso, salió toda lleno de manchas negras y algunas de color café, por lo que decidió ya jamás regresar a ese lugar y así ser un poco diferente y dar origen a la gran pantera negra.
Aún cuando sabía que no reparaban en él, hacía todo lo posible por trascender. Cuando todos los osos dormían durante el invierno, él disfrutaba el frío, la densidad de la nieve, se atrevía a acercarse hasta que un día alguien reparó en él. Ni perro, ni oso, inteligente, juguetón medio comadreja, fiel, asiduo: ¡el glotón existe! , ¿Será el eslabón perdido?
Cuando el gato miro la lluvia, supo que era el final de su vida de duque, supo que había errado en revelar su secreto. Ese gato era dueño de una historia y de una sombra, pero ya no más. Había cometido un asesinato, pobre gato, el se perdería en la lluvia, en el olvido de una ama que yacía muerta en el banco junto a la leche.

Gracias por la participación (en orden a) :
Mario, Alejandra, Lulú, Yurién y Karen.

martes, 5 de abril de 2011

ESTAMOS DE REGRESO

Taller de Cuentos Latinoamericanos

¡LOS ESPERAMOS!
Este es el cronograma de fechas para el club de lectura. 
El lugar de encuentro el Pabilo. 
La hora a las 6:00p.m. 

ABRIL
LECTURA
DINÁMICA
Sábado 9
El último libro del mundo. Varios autores
Lleva tu laptop porque leeremos en línea.
Sábado 23
Los invitamos a Monólogos de la Vagina.
En el Pábilo.

MAYO
LECTURA
DINÁMICA
Sábado 7
Horacio Quiroga: La Serpiente de Cascabel
Se platicará en el taller.
Este día se entrega las copias de la próxima lectura.
Sábado 23
Arturo Flores.  Mariana y el Dragón.
Llevar libreta y lápiz.

JUNIO
LECTURA
DINÁMICA
Sábado 4
José Lezama Lima-Cangrejos y Golondrinas.
Si tienes ipod y bocinas llévalas.
Sábado 18
Adolfo Bioy Casares.Margarita o el poder de la farmacopea.
Lleva una foto que te traiga algún recuerdo.

JULIO
LECTURA
DINÁMICA
Sábado 2
Reynaldo Arenas. Con los ojos cerrados.
Se platica en el taller.
Sábado 16
Augusto Monterroso. El mono que quería ser un escritor satírico.
Aplicada el día. Llevar libreta y pluma.
Sábado 30
Julio Cortazar.  La noche boca arriba.
Llevar pluma y libreta o laptop. La dinámica se explicara este día. Cierre del taller.

lunes, 25 de octubre de 2010

Emma Zunz de Jorge Luis Borges

El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguánuna carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.

Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto contínuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue asucuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería.

En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder.

No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. Así, laborioso y trivial, pasó el viernes quince, la víspera.

El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla visto; la empezó a leer y la rompió.

Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan. De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman.

¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levantó y procedió a vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su plan, el asiento más delantero, para que no le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el insípido trajín de las calles, que lo acaecido no había contaminado las cosas. Viajó por barrios decrecientes y opacos, viéndolos y olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de Warnes. Pardójicamente su fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el fin.

Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver. Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su mujer - ¡una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe confidencial de la obrera Zunz.
La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de morir.
Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así.

Ante Aarón Loeiventhal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampi-dos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación que había preparado («He vengado a mi padre y no me podrán castigar...»), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender.

Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero. Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté...

La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.

miércoles, 13 de octubre de 2010

BIENVENIDOS A LA VILLA DEL LIBRO

TE ESPERAMOS
 EL SÁBADO 23 DE OCTUBRE
 A LAS 5PM
EN EL CAFÉ PABILO
EN AV. YAXCHILAN
PARA UNIRTE AL CLUB.

INSCRIPCIONES ABIERTAS SIN COSTO.

INFORMES AL: